De repente, allí estaba. Sentado a su lado, sin mayor placer
que su atenta mirada, sin mayor distracción que el candor de sus ojos,
sumergiéndome en la epopeya de sus adentros. No es fácil describir como algo
tan sencillo puede hacerte tan feliz,; hacerte olvidar todo lo malo que has
pasado y ver solo un próspero futuro juntos, mano a mano, paso a paso.
Y conforme nuestro espíritu se unía en un danzar acompasado,
fue nuestro corazón despertando la pasión que en su interior escondía, y con leves
caricias y un último te quiero, se fundió en mí el carmín que sus labios
recorría.
Abrí tras ello los ojos, y solo encontré sorpresa, estupor.
¿Dónde me encontraba? ¿Dónde había ido aquella fragancia que la endulzaba? Como
respuesta solo encontré el duro lecho, y yaciendo en él desconsolaba. No había
nada en mi cuerpo que explicase el sufrimiento, solo un alma dolida, indefensa
ante el ataque del peor enemigo que todos tenemos, pero contra el cuál jamás
podremos defendernos: nosotros mismos. Y allí, al asumir lo que había pasado,
hundí mi húmeda fachada en la almohada, y deseé no volver a despertar.
Gracias por leerme,
Joel
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