Como dije el otro día, aquí tenemos el otro cuento que escribí el año pasado. A parte de las matizaciones que hice el otro día sobre estos cuentos, quiero agregar como curiosidad que la idea para este relatillo se me ocurrió repentinamente a las 4 de la mañana después de haber pensado en ello durante más de 2 meses. En fin, sin más dilación, aquí os lo dejo. Espero que os guste y las críticas constructivas siempre son bien recibidas!
Aún me acababa de levantar en aquel frío y nublado día de invierno, sobre las 12:00 de la mañana, cuando mi teléfono móvil sonó con el tono de notificación asignado a los mensajes. Era cierto, había quedado con unos amigos a la una en el parque y se me había olvidado completamente. Afortunadamente, aún tenía tiempo para arreglarme.
Diez minutos antes de la hora indicada, salí hacia el punto de encuentro. No me gusta llegar tarde. Al llegar allí, tan puntuales como yo, se encontraban algunos de mis compañeros.
Cuando estuvimos todos, siguiendo lo planeado, nos fuimos a dar una vuelta. Nada fuera de lo común. Casi siempre que quedábamos hacíamos lo mismo al fin y al cabo.
Tras un par de horas de charla y de entretenimiento, decidimos que era buena hora para volver a casa porque, en esta ocasión, el ‘organizador’, el cual era uno de ellos, no había escogido precisamente una hora muy adecuada, pues tras dos horas de quedada todos teníamos que volver a casa para comer. Todo fue muy rutinario hasta ese momento pero, cuando estaba yendo en dirección a mi casa, cerca del parque donde comenzó la reunión vi una figura que me resultaba familiar. Me resultaba demasiado familiar. No podía ser, ¿era mi padre? No podía ser él, ¿o sí lo era?
Lo era. Era él. Tenía los mismos rasgos que aquél que se fue hace tres años para no volver. Tenía los mismos rasgos que mi padre, tal y como le recordaba antes de aquel funesto accidente de avión que llevó a la muerte a tantísimas personas, entre ellas, a él.
Nunca había conseguido superar aquello, recuerdo el momento en el que me contaron la fatal noticia, aquel sentimiento de soledad, de impotencia, de saber que jamás le volvería a ver y que, con los doce años que tenía entonces, tendría que salir adelante sin uno de los pilares que hasta entonces había sustentado mi vida. Sin embargo ahí estaba. ¿Cómo podía ser? Intenté acercarme a él, esperando el milagro, esperando que lo que había visto fuese real. En aquellos aproximados diez metros que nos separaban había suficiente gente para que me costase avanzar, pero no para cortar la visión de esa persona que caminaba en la misma dirección que yo, por delante mía. No le quitaba el ojo de encima, no pensaba perderle de nuevo. No estaba seguro de que fuese él, no quería gritar y hacer el ridículo de no ser así.
A los cinco minutos de la ‘persecución’, que tanto se prolongaba por culpa del barullo que había en la zona, así como del tráfico, aquella figura se montó en un coche y arrancó, impidiéndome alcanzarle. Lo único que pude ver es su rostro por la ventanilla. Efectivamente, era él, no cabía duda. Mis gritos cayeron en saco roto, no me escuchó.
Me sentía fatal por no haber podido llegar a él. No quería volver a casa, solo quería verle, resolver todas las dudas que tenía. Poder volver a abrazar a aquel padre al que perdí.
Resignado y con ganas de llorar suficientes para que mis lacrimales estuviesen al borde del colapso, emprendí el camino a casa, ya que si llegaba tarde, además de todo este funesto trago me iba a quedar soportar una bronca de mi madre. Afortunadamente, todo lo anterior apenas me llevó quince minutos, aún podía llegar medianamente a tiempo.
Una vez en casa, llegó la parte más dura, ocultar todo lo que me pasaba. Obviamente, no podía contarle nada de lo sucedido a mi madre o pensaría que estaba delirando, o quizás simplemente se creería que intento tomarle el pelo.
Pasó un mes. Ni rastro. Mi padre resucitado no volvió a aparecer. Dormir se ha convertido en un mito; es decir, ahora me paso las noches pensando. Millones de preguntas sin respuesta afloran en mi cabeza. ¿Realmente no me escuchó o huía de mí? ¿Cómo estaba vivo? Nada tenía sentido. ¿Me había vuelto loco?
Cada día, cada vez más cansado por la falta de horas de sueño vuelvo a aquel lugar en el que pasó todo, en busca de mi padre. No puede haber sido mi cabeza, era él, yo lo sé. Pero cada vez que vuelvo a aquél sitio puedo volver a verle entre la multitud, aunque sé que esta vez no es de verdad, puedo volver a sentir mis gritos rebotando en mi propia cabeza. Puedo escucharme gritando como loco la palabra ‘Papá’ mientras él se introducía en el vehículo y se iba, sin inmutarse, y puedo volver a sentir todo lo que sentí cuando lo perdí por segunda vez al no poder alcanzarle. Levanto la vista al cielo y solo veo nubes. Un día nublado, siempre está nublado.
Gracias por leerme,
Joel
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